Juan 8:12
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
Aquí leemos que Jesús estaba de pie en el patio del Templo, a la sombra de enormes menorás que iluminaban el Templo y gran parte de Jerusalén con una luz espectacular al encenderse. A los reunidos, Jesús proclamó que Él es una luz aún mayor, una luz inextinguible, que se extiende por todo el mundo, penetrando cada rincón y lugar oscuro de la imaginación humana.
Las palabras de Jesús son a la vez inspiradoras y desafiantes, porque, en Mateo 5:14, dice: “Ustedes son la luz del mundo”. ¿Cómo es posible que Él sea la luz del mundo, pero que yo también lo sea, y tú también? Es fácil. La luz de Jesús ilumina nuestras vidas mediante su Espíritu que mora en nosotros y obra a través de nosotros mientras vivimos conforme a la Palabra de Dios (Salmo 119:105). Esto debería llevarnos a preguntarnos: ¿Qué pueden ver los demás de Jesús en mí?.
Mira a tu alrededor: la gente camina en la oscuridad absoluta sin tener idea de adónde van, ni en esta vida ni en la venidera. Se encaminan directamente al desastre y necesitan la suave persistencia de la luz de Cristo que brilla a través de nosotros. Otros necesitan ver el amor de Jesús reflejado en nuestros encuentros diarios con ellos, lo cual debe evidenciarse en nuestro semblante, actitud y actos de bondad.
Aunque suene simple, debemos vivir la letra que cantan los niños en la Escuela Dominical: “Esta pequeña luz mía, voy a dejar que brille. Que brille. Que brille”. Su vida en nosotros se convierte naturalmente en una luz para los demás. Que irradie desde nuestro interior hacia quienes nos rodean.
– Pastor Jack
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